"He aquí una descripción de una posada típica de los pueblos de los Montes de Toledo de finales del siglo XVIII que llegó prácticamente igual hasta en la década de 1980, lugar donde dormían los viajantes, arrieros, forasteros y otras gentes que viajaban por un motivo o por otros en nuestras tierras. Aquí está la descripción de como era la posada por un nieto de la tía Cándida, Ángel Abellán Sánchez, donde describe entrañablemente desde su recuerdo como era esta posada"
Vista así con los ojos de ahora, se podría decir que la casa del pueblo no destacaba por nada del resto. En todo caso por ser de las mas viejas del pueblo. Aunque tenia a su favor que no la habían menguado las sucesivas particiones familiares como a otras de su edad.
Si contamos que estaba en pie cuando el bisabuelo de mi abuelo vivía, la perspectiva desde la que yo hablo es de los años 50, se podría echar un calculo.
Era una sensación de seguridad en los tiempo de la infancia cuando entraba después de venir de viaje para pasar las vacaciones y te encontrabas con aquella casona enorme. Te acogía con sus ruidos familiares. Esos ruidos que llevamos grabados en la memoria, la carcoma en las vigas, una puerta al encajar en el marco, echar las aldabas con su soniquete de hierro. Lo que siempre me llamó la atención era la falta de eco en las diferentes estancias de la casa. La resonancia de la voz desaparecía nada mas salir de la boca
Eran dos plantas las que tenia, pero mas grande en altura que las casas que se construían en aquellos pueblos. Digo yo que seria porque ya en su origen cuando la levantaron, iba destinada para lo que luego fue su función; servir de posada.
Su emplazamiento era el centro de una típica plaza que mas que plaza era un ensanche de la calle principal que dividía el pueblo de norte a sur. Se notaba que todo había ido creciendo en torno a la iglesia. Su torre era el santo y seña de todos aquellos pueblos de la comarca.
Si contamos que estaba en pie cuando el bisabuelo de mi abuelo vivía, la perspectiva desde la que yo hablo es de los años 50, se podría echar un calculo.
Era una sensación de seguridad en los tiempo de la infancia cuando entraba después de venir de viaje para pasar las vacaciones y te encontrabas con aquella casona enorme. Te acogía con sus ruidos familiares. Esos ruidos que llevamos grabados en la memoria, la carcoma en las vigas, una puerta al encajar en el marco, echar las aldabas con su soniquete de hierro. Lo que siempre me llamó la atención era la falta de eco en las diferentes estancias de la casa. La resonancia de la voz desaparecía nada mas salir de la boca
Eran dos plantas las que tenia, pero mas grande en altura que las casas que se construían en aquellos pueblos. Digo yo que seria porque ya en su origen cuando la levantaron, iba destinada para lo que luego fue su función; servir de posada.
Su emplazamiento era el centro de una típica plaza que mas que plaza era un ensanche de la calle principal que dividía el pueblo de norte a sur. Se notaba que todo había ido creciendo en torno a la iglesia. Su torre era el santo y seña de todos aquellos pueblos de la comarca.
El tío Emiliano Ledesma Laín y Cándida Sánchez Ortega en la puerta de la Posada foto archivo Fotohistoria de Jesús Víctor García |
La casa estaba enfrente de la iglesia, por parte de la torre y miraba por la fachada a levante de manera que en primavera y verano entraba el sol por la puerta de la calle sobre las primeras horas del día. Al estar situada en posición dominante por el terreno, ninguna casa del otro lado. le servía de estorbo.
La fachada era lo mas sencilla que se pueda pensar. Era casa de gente pobre y solo tenia una puerta de entrada de dos hojas para que pudieran pasar las caballerías con las aguaderas y demás mercancías que otras llevaban en fardos. Un ventaculo a la izquierda y una lumbrera a la derecha de la puerta servían para dar luz a la cueva que se encontraba en el otro extremo de la fachada. La pared tenia sus 80 cm de grosor y estaba encalada tanto por dentro como por fuera.
Toda la casa se edificó sobre peña, lo mismo que las colindantes y la torre con la iglesia. Y es por eso que desde el momento que entrabas por la puerta veías que la casa estaba construida cuesta arriba, es decir, que lo mas alto era el corral y lo mas bajo la entrada de la calle. El corral vertía hacia el otro lado del pueblo por medio de albañales y vericuetos que pasaban de una casa a otra con lo que la idea de que estaba sobre peña era real.
La entrada era una estancia descomunal para las medidas que gastaban entonces. Como es lógico seria el centro de la vida de la posada. A mano izquierda había una habitación donde fuimos naciendo uno por uno, todos los hermanos, además era la única que tenia luz de día por el ventanillo.
A continuación estaba la cocina de invierno. Cocina que tenia una campana enorme donde se curaban las matanzas. Y eran tantos los palos y travesaños que tenia, que se podía subir por ella hasta la cámara por donde continuaba hasta el tejado.
Oí decir a mi abuela que allí dentro se escondía algunos en tiempos difíciles para salir del apuro cuando les buscaban para algo no bueno.
Recuerdo que decía que en muchos agujeros había un trabuco de plata. Todo se me volvía el subirme en una silla por dentro para ver si lo veía, pero entre la oscuridad y el hollín era imposible ver algo. La abuela que me venia observando me pregunto que buscaba y remangándose el brazo lo metió dentro de la campaña para sacar un artefacto negro, todo ello de madera y hierro pero con tanto hollín que no se podía saber lo que era. Lo llevo a la cuadra, levanto unas lanchas del pozo que estaban en el suelo y lo dejó caer por el agujero. Y así quedó como suele decir, mi gozo en un pozo.
Muchos años después, cuando se derribó la casa para hacerla nueva, sí tuve mas suerte. Salió entre los escombros restos de la campana y de ahí una pistola pequeñita con dos cañones paralelos, similar a una escopeta de caza en miniatura. Al limpiarla, la culata que era de madera se deshizo. A pesar de aquello la conservo como oro en paño aunque carezca de valor.
Plano de la Posada de la Tía Cándida autor Ángel Abellán Sánchez |
Dentro de la cocina existía una habitación destinada a despensa, tan oscura que aunque fuera medio día había que usar el candil, que de eso si estaba bien surtida la casa. Y por ese lado no había mas huecos en la entrada, solo las cantareras que en aquellas penumbras mantenían el agua fresca. A continuación en ángulo recto la puerta que daba a la cuadra, o mejor dicho, portón de mas de dos metros de ancho y con un grosor mas que regular de madera.
Seguidamente en la entrada de la posada y al otro lado de la puerta, existía una habitación donde dormía siempre los abuelos. Tenia la anchura junto la escalera que subía a la cámara, de la mitad de la entrada de la posada. El hueco de la escalera que subía a la cámara estaba ocupado por una alacena con su puerta de rejilla de madera elevada a 80 centímetros del suelo para que no entraran bichos por ella. Siguiendo la pared ya sin escalera y en dirección a la calle, había unas cantareras sin uso entonces, donde mi abuela tenia fotos y recuerdos de familiares y huéspedes, calendarios antiguos, chapas de compañía de seguro y abonos. Y así llegamos a otra vez a la pared de la fachada de la calle donde existía una puerta en el suelo cubierta por una tarima para que no saltáramos sobre ella, ya que era la entrada a la cueva.
Debo recordar que el suelo de toda la casa era de lo que daba el terreno, es decir de peña. No estaba liso y tenia sus alturones y socavones.
Un pasillo recorría desde la puerta de la calle hasta la cuadra. Estaba empedrado para que las caballerías no escarbaran con los cascos. Con el tiempo ya cerrada la posada, fueron cubriendo todo el suelo de boñiga de vaca, que por cierto, le daba sensación de aislamiento muy agradable al pisar en el invierno. Era un suelo muy caliente porque encima de él estaba recubierto de esteras. Se pisaba con mucha comodidad y silencio.
Libro de cuenta de la posada de Arroba de los Montes archivo Jesús Víctor García |
La cueva venia a ser como una habitación y estaba excavada en la peña. La escalera por la que se podía acceder a ella también era de ese material. En la misma puerta de entrada, que estaba en el suelo, había una lumbrera a ras con el suelo de la calle que iluminaba la cueva cuando se levantaba la puerta. En sus tiempos tuvo su trajín ya que se utilizaba para guardar la carne que mi abuelo carnicero vendía al publico. De ahí los numerosos ganchos, que había en las paredes de la cueva. Era agradable la sensación de fresco que notábamos cuando bajábamos a ella en pleno Agosto y pasábamos las manos por las paredes para sacarlas húmedas.
La cuadra principal era casi tan grande como el cuerpo de la casa. había sitio para dejar bien acomodadas docena y media de caballerías con los aperos y arreos correspondientes. Y espacio de sobra para tirar una saca de paja donde durmiesen los arrieros, porque muchas de aquellas bestias tenían tantos resabios que debían ser vigilarlas por la noche. ¡Armaban algunas trifulcas que para que¡. Con el peligro de que alguna se enredara y amaneciera ahorcada con el propio ramal. había mulas de aquellas que ya eran conocidas cuando venían a pernoctar. A estas las solían colocar en un rincón y por el otro costado les colocaban una viga de madera apoyada en el pesebre y descansando en el suelo de manera que sirviera de barrera con el vecino para evitar que le coceara. ¡ Así era de rijosas y resabiadas¡...Las jodidas, entre patadas y bocados se hacían las amas.
Yo conocí la cuadra cuando no existían esos trajines y solo vivíamos nosotros, la familia. Tenia la puerta que daba al corral al que subías por un escalón. El corral era lo mas alto de la casa. Y desde aquella puerta hasta la de la calle, todo era cuesta bajo. A la izquierda de la puerta dentro de la cuadra a ras del suelo, se encontraba las lanchas de piedra que tapaban el pozo.
Estaba inutilizado pero en sus tiempos servía para sacar agua, de ahí bebían los animales. Lo excavaron en roca y aunque no era muy profundo, cuando se destapó años después pude comprobar el fondo personalmente y fueron cuatro metros los que medí. Tenia forma de cono. Por abajo era el doble de acho que por arriba y no manaba agua salvo cuando llovía, que debido a las filtraciones se llenaba.
Mas que pozo era aljibe, se daba el caso de que en época de temporales le rebosaba el agua llegando a salir por la puerta de la casa.
La cuadra tenia las paredes de la mitad hacia arriba de tapias y había tanto caliches entre las piedras de la pared que te podías encontrar de todos; viejos papeles muy doblados que te decían que fulano de tal estuvo allí tal día y que se le dio una saca de paja, una cuartilla de cebada por lo que pago su precio. En otros encontrabas las bolas de vidrio que el año pasado escondiste para que nadie las encontrara, ni yo me acordaba del escondrijo. también salían agujas con el hilo bien liado en un papel.
En la parte central estaba el poste, y digo poste porque era de madera de un enorme tronco que se apoyaba sobre una piedra rectangular que lo aislaba del suelo. Allí a su pie teníamos una mesita pequeña de tablas de madera que era una miniatura pero bastaba para mi abuela y yo. Debo hacer constar que salvo aquellas dos pequeñas sillas todas las demás que existían en la casa tenían los respaldos cortados a la altura del asiento, de manera que parecían enormes taburetes de enea. Esto fue una costumbre que se impuso en la posada, porque los arrieros y viajantes tenían la mala costumbre de apoyar el respaldo en la pared y descansaban a la vez que desvencijaban las sillas, así que hicieron la tala de los respaldos y se acabo de encalar las paredes cados por tres.
Al lado de la puerta del corral estaban las palanganas colgadas de sus estaquillas. Una para lavarse la cara y otro para los pies. también colgaba un espejo que en sus tiempos tuvo azogue, pero por entonces mirarse en él era como jugar a las adivinanzas porque nunca te reconocías y parecía otro el del reflejo. Las jaboneras eran conchas de galápago con su jabón de olor, el de sosa con los estropajos.
Saliendo al corral, a mano izquierda estaba la cocina que era de verano. Tres paredes y la cuarta de arpillera, un fogón que parecía un altar por alto como estaba y el suelo sobreelevado con unos trillos puestos del revés. En aquel lugar se producía un milagro; con cuatro jaritas y la sartencilla de patas, en un minuto los mejores huevos fritos que he comido en mi vida.
Estaba el horno de pan en la parte derecha y entre el horno y la cocina había unas macetas con flores. Tenia el horno unas dimensiones mas grandes de lo normal con su tejado de adobes en forma de media pelota recubierto con esteras de las aceitunas, supongo que por la lluvia. El espacio del horno y otro tanto era lo que tenia de ancho el porche corrido con los pesebres que llegaban hasta las zahúrdas. La otra mitad del corral era a cielo abierto. El suelo de peña viva sin rebajar tenia su salida natural para las aguas un albañal que pasaba por debajo de basurero y se colaba en el corral del vecino al fondo.
Así recuerdo la casa, con las lagunas que la memoria ha ido alternando con ramalazos de luz, que recrea lo vivido después de medio siglo de recuerdo.
Ángel Abellán Sánchez
Arroba de los Montes, Agosto 2009
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